sábado, 10 de enero de 2009

Alter-Ego


A veces, ella pintaba sus labios de rojo,
salía a la calle con un lindo vestido y unos tacones no muy altos;
y caminaba por los parques,
e iba por lugares imaginarios de mágicos colores...
a veces ella era quien vivía su propia vida.

Y más tarde, sin explicaciones, se quedaba dormida,
y así, en aquel inmutable ensueño pasaba horas y horas,
y días y días...
entonces las oscuras cortinas rojizas impedían las luces diurnas,
y ella se quedaba dormida entre sus blancas sábanas de encaje...
entonces despertaba alguien más en esa alcoba.

Y en aquellas tardes de ensueño, un joven siempre salía de la alcoba de ella.
Llevaba un bastón entre sus manos, y una blanca e impecable camisa blanca.
Se quedaba por horas bajo un árbol, leyendo siempre el mismo libro,
con sus labios levemente enrojecidos, musitándole poemas a la nada,
observando el vaivén de las agujas de su viejo reloj...
a veces era él quien evadía la vida por ambos.

Y de pronto un haz luminoso enceguecía sus frágiles ojos café oscuro,
y se quedaba en un salón muy sombrío,
y cerraba todas las puertas,
y todas las ventanas,
y todas las ideas,
y todo lo que estuviese dentro y fuera de sí mismo...

Entonces la muchachita despertaba, pero no lograba recordar nada,
tan solo hallaba una camisa a los pies de su cama,
pero eso ya no la intrigaba...
y cuando se dormía, el joven siempre encontraba unos tacones no muy altos
junto a sus zapatos...

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