domingo, 1 de febrero de 2009

No arrastraste tus sandalias sobre el gigante tablero de ajedrez que conforma el piso de la sala. Tus pasos no sonaron y buscaron se imperceptibles...levanté la vista de mi libro (uno de Bukowski), y te miré; te habías sentado muy callada en la silla que estaba cerca del vitral más grande. De pronto creí entender porqué mucha gente te ha dado el mismo apodo...
Me levanté de la silla y me fui a arrodillar delante de ti. Tu cabeza estaba gacha...tomé tus manos entre las mías y entonces me miraste.
- Sorpresa- te dije estúpidamente.
Te hice sonreír.

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