domingo, 10 de mayo de 2009

Le jeune fille rousse


La noche oscurecía su alma
de eterna Julieta relegada a sus platónicos
amoríos
de tiempos perdidos
soledades crecientes...
Algo de pronto conmocionó el tétrico silencio;
violo entonces a él:
el personaje más que siniestro,
cuya melancólica mirada se posó sobre
la pálida piel de ella;
con sus ojos almendrados,
y su serena mirada
de dama martirizada
por ajenos recuerdos
por esperanzas truncadas...
Romeo,
eterno Romeo,
envolvió a su Julieta en un cálido abrazo,
apartó los rojizos bucles desde su fino cuello;
sus labios se acercaron
deseosos,
luego de un segundo, lo que buscaban encontraron;
la diáfana vida por fin
a él
había regresado.

Un lúgubre cuento de hadas...


El príncipe encantado la observaba desde el apartado rincón
de los ensueños rotos;
melancólico Romeo de triste figura
sentado cerca de ella,
la única Julieta que lo observaba
con su diáfana mirada de damisela eterna y humana.

Momento mágico e irreal
en su realidad predestinada,
un quejido algo vago,
sus labios rojos
la piel como seda helada...

Julieta se abandonó en sus brazos
Romeo la observó,
una triste sonrisa
y musitó un tétrico verso a su oído…

luego un beso…
los ansiosos labios de Romeo sobre el pálido cuello de su Julieta,
ella no dice nada,
él solo cierra sus ojos
y oye su murmullo,
una vida que se cuela por sus vacías venas.

Romeo & Julieta


el silencioso caballero entró en la alcoba por la ventana,
Romeo melancólico de triste mirada
observa a su Julieta,
la más bella desdichada.

Un minuto trágico…
el piano en la estancia
la sonata acostumbrada…
Julieta inquisitiva le observa,
ahí está su Romeo,
trágico caballero
sin fijo destino

Versos nocturnos


Noche oscura,
penumbra intensa,
incesante,
incomprensible…
intrínsecamente
estática en los confines de
mi reciente pasado distante
pasado y presente
presente pendiente
y futuro impuro…

una visión era
cómo no decirlo…
su cabello oscuro,
sus ojos melancólicos
verdes como dos esmeraldas
profundos como todo aquello que jamás
había visto,
acechantes como en mis sueños más sórdidos,
hermosos como aquella pesadilla
que tuve sobre ti…
sobre la muerte de los mundos.

Vino silencioso,
el oscuro y fino caballero
que se sentó junto a mí,
sin advertir quién yo era
sin saber que le daría su amor a un magnífico monstruo
que habita en donde nadie puede encontrarlo
que no se deja ver,
que es y no es…
que estaba aquí y ahora.

Oí su voz de hermoso príncipe encantado
sentí sus calidas manos acariciando mi rostro,
lo miré un segundo
en la ribera de la noche plutónica,
donde todo acaba
donde todo inicia y reinicia
donde todo se vuelve efímero
donde todo se funde
cuando sabes que jamás ha existido.

Mors ultima ratio


Se perdió en sus visiones de horrores prematuros
sobresaltos felices
ilusiones seniles
pequeños Apocalipsis
y grandes alevosías…
miró el cielo
y una extraña luz cegó las cuencas donde alguna vez
albergaron dos cristales violáceos
giró la vista hacia la tierra
y comprendió entonces
que ya estaba muerto.

Lágrimas rojizas


su retrato estaba en la pared de enfrente,
aquella inocente sonrisa y esos profundos ojos azules
que no paraban de ser escrutados por los de él;
tan angustiado en sus ironías,
perdido en sus miles de libros de antigua filosofía,
en sus cavilaciones inciertas
en sus destellos de locura y soledad…

solo dime – decíale – dime porqué siempre es así
te has ido,
te he apartado
y tú tan solo pudiste mirarme
mientras tus ojos se apagaban lentamente…
quisiera tener el valor

y tan solo dejar de ser un maldito,
poder tomar tu mano y sentirte…
pero fui yo quien lo hizo
fui yo quien sesgó tu frágil mirada de cristal…
he sido yo quien ha construido su propio infierno
en lo que antes fue nuestro paraíso.

Intelectual señorita francesa


Lo primero que sentí al entrar allí fue su atenta mirada y sus pensamientos más que insinuantes. Pasé cerca de ella, le hice un cortés gesto de saludo con mi sombrero, sus uñas rojas rasguñaron juguetonamente mi hombro y mi mirada siguió atentamente cada movimiento que sus prodigiosos labios hicieron. Su piel blanca me provocaba demasiado…su blusa de satén plateado y la corbata negra, sus grandes ojos oscuros muy bien delineados, sus largas pestañas y su corte de cabello al estilo francés me atrajeron de inmediato.
Al cabo de unos minutos nos vimos dentro de un pequeño cuarto. Ella puso el cerrojo en la puerta, su falda se movió graciosamente mientras sus ojos me dedicaban una coqueta y lasciva mirada desde el otro lado de sus anteojos, ¡qué aire de intelectual tenía!
Me besó repetidas veces, luego la tomé por la cintura, suavemente la puse de espaldas contra la pared y entonces ella ladeó su rostro hacia la izquierda, bajó el cierre de su blusa y dejó al descubierto su blanco y frágil cuello…

She was the only thing that I could love in this dying world


Susurró una frase en su particular acento francés, tomó una de mis manos entre las suyas; besó mis gélidos labios.
Indiferente, miré como el brocado de su pomposísimo vestido rojo aterciopelado se confundía con la alfombra de su cuarto. Sentí sus inexpertas y nerviosas manos recorriendo mi cuerpo, mientras yo, de espaldas en el lecho no lograba hacer más que perderme en el hipnótico brillo de esos azules ojos.
La sentí estremecerse suavemente…pero no pensaba en ello, no pensaba en ese instante. Estaba ausente…ausente evocando todo lo que fue…todo lo que acabaría en ese minuto.