viernes, 30 de abril de 2010
domingo, 30 de agosto de 2009
Venus en el pudridero (Eduardo Anguita)
A la criatura angélica que me precede no por génesis sino por finalidad. ¿Escucháis madurar los duraznos a la hora del estío, a la venida del sol, mientras un príncipe danza en víspera de su coronación? Yo pienso en el gusano. ¿Oís podrirse los duraznos en el granero, al atardecer, mientras las fechas del reino caen de los tronos y el viento las amontona, las dispersa y olvida? Yo pienso en el gusano. Si veis montar el agua de la noria, con un niño fijamente asomado al brocal frente a frente al abuelo, y se siente el bese de los amantes como una hoja seca que el pie del tiempo aplasta crepitando: ¿los amantes están muertos? No preguntéis con torpeza. Pensad en el gusano. Al borde del pozo, gusano y amante, los dos punteros del reloj. El agua está vacía y la amada es un torrente de mil rostros despeñados. Ambos sedientos, un sol varonil frente al otro sol, también varonil, pero llorando y sombrío: el de la aurora y el atardecer, íntimamente enemigos y cuán quebrantados. Llegan carretas rebosantes de frutas maduras, se despiden los ancianos, las raíces quedan en acecho al sol de la espera, se acumulan los hechos. Niño, niño mío, nómbrame sin pestañear, en un segundo, las dinastías reinantes -siglos, siglos-, los monarcas desgajados. Abuelo, abuelo, nómbrame siglos sin pestañear, en un instante, antes que el ruiseñor concluya la nota de su silbo. ¿Quién osa alzar el Tarot vertiginoso? Todas las fechas están prontas, o marchitas, como nunca nacidas. Niño y anciano, en este instante tenéis la misma edad: sólo un instante: ¿no habéis empezado?, ¿habéis terminado? ¡A qué pensar en el gusano! El rey que tomó la ciudad y con ella hizo una argamasa de sangre, dejó el horror, dejó el escarnio; las vírgenes violadas están vivas, las viudas maldicen. El rey murió. Un muerto es el culpable. El diabólico motorista que en carruaje veloz cruzó la calle sin razón aparente, a un chico dejó inválido, a una novia le quebró la columna. El motorista ha muerto. A él se debe este mundo. Maravillas y desdichas: cuanto nos es dado es obra de muertos; cómo pedirles cuenta, todo trayecto es corto. Muertos poderosos que nos legaron herencias imposibles de revivir, imposibles de evitar. ¡A muertos, a muertos se debe este mundo! Tiempo furioso, memoria feroz. Esa fuerza desprendida del látigo, que sigue ondulando cuando la mano que lo maneja ya está hecha polvo, el latigazo aún azota con destreza terrible y melancólica. ¿Podemos comprender que la amada, apenas pronunciadas las palabras del amor, cambie, desaparezca, se destituya? ¡Y todavía sientes el calor de su beso y su boca ha expirado? A un muerto, a un muerto se debe este mundo. (De modo semejante, el Rosal misterioso, centro ígneo de radio cero, palpita en reposo en el corazón del jardín, y de él fluyen los rayos, los pétalos, la extensión de los prados, salió al día, y extendiendo los brazos su amor emana en forma de apóstoles, de mártires, de amantes de todo orden, y hasta de esas señoras que reparten la piedad y son tanto más agrias para que la moneda se vea más dulce y no les pertenece. El amor, el aroma y los actos fortuitos, más existentes que sus autores, gemas en silencio, que no se quieren invisibles, y si se quieren así, al fin y al cabo, como sentirse llamados a vivir sólo un instante y servir para mucho, mucho tiempo). No lamentes la ausencia de la semilla, ama grandemente el fruto dado. La semilla debe morir.
Desilusión óptica [Mario Benedetti]
Desde lejos parece
metido en sus costumbres incendiarias
un simple monstruo por aclamación
sádico pero lleno de coraje
pundonoroso arcángel con linterna
y una presencia de ánimo irrompible
verdugo con chorretes de justicia
intransigente como un gigoló
semidiós inflexible poderoso
con puños puñetazos y puñales
honesto como el mar o el terremoto
equitativo como una epidemia
tan popular como la misma muerte
ah pero desde cerca es tan distinto
un débil un guiñapo un inseguro
imán de temblorosas pesadillas
un cornudo ideológico o social o somático
o sea un cornudo propiamente dicho
alguien que teme y teme en varios planos
verbigracias por la virginidad
de su cofre y también de sus hijitas
la propiedad privada de sus rezos
la empresa occidental de su prostíbulo
la antigüedad de su conciencia hectárea.
Socorro y Nadie [Mario Benedetti]
Sólo un pájaro negro
sobre el pretil cascado
una línea de sol
en la reja de herrumbre
azoteas sin rostro
sin miradas
sin nadie
estúpido domingo
voraz
deshabitado
ahora se borra el sol
definitivamente
el pájaro se borra
y es un vuelo sin magia
como última señal
de vida
la camisa
oreándose en la cuerda
agita enloquecidas
blancas mangas
que reclaman socorro
pero abrazan el aire.
Sabe vengarse [Mario Benedetti]
Cierro los ojos
y no existe
el prójimo
se terminan
la lucha
el mar de agravios
los dueños del dinero
la nube que amenaza
se terminan las trampas
los zánganos que dictan
la ley
los eruditos
en odio
y aquel látigo
que corta el aire
cierro los ojos
y no existe el prójimo
pero él sabe vengarse
ahora
o cuando quiera
puede cerrar los ojos
sólo cerrar los ojos
y entonces
yo
no existo.
Podría imaginarse una poesía muy poética, que sugiera pensamientos serios, aunque, quizás, fuera poco definible, suponiendo que los virtuosos vivirán después de la muerte y que los perversos serán aniquilados. La falta de sueños mientras se duerme, marcaría el grado de destrucción a que el alma estaría sometida. Igualmente, dormirse y despertarse sin conciencia del lapso de tiempo transcurrido, indicaría que el alma está condenada a morir en el cuerpo. Por el contrario, cuando al recobrar de una sincope se encontraran recuerdos de los sueños (y eso sucede algunas veces), el alma tendría la seguridad de hallarse en consideraciones de salvarse del aniquilamiento y la felicidad o la desgracia de nuestra existencia futura sería así predicha por la frecuencia de nuestras visiones.
Edgar Allan Poe [VI, Marginalia]
Canto XXXII – El Vampiro (Charles Baudelaire)
Tú que, como una cuchillada
en mi corazón lastimero has entrado:
tú que, fuerte como un rebaño
de demonios, viniste, loca y dispuesta,
de mi espíritu humillado
hacer tu lecho y tu dominio:
infame a la que estoy ligado
como el condenado a su cadena,
como al juego el jugador terco,
como a la botella el borracho,
como los piojos a la carroña,
¡maldita, maldita seas!
He suplicado la puñalada rápida
para conquistar mi libertad,
y he suplicado al veneno pérfido
para socorrer mi cobardía.
¡Ay!, el veneno y el puñal
me han desdeñado y me han dicho:
- Tú no eres digno de que se te libre
de tu esclavitud maldita.
¡Imbécil!, si de su imperio
nuestros esfuerzos te librasen,
¡tus besos resucitarían
el cadáver de tu Vampiro!