domingo, 30 de agosto de 2009

Venus en el pudridero (Eduardo Anguita)


A la criatura angélica que me precede no por génesis sino por finalidad. ¿Escucháis madurar los duraznos a la hora del estío, a la venida del sol, mientras un príncipe danza en víspera de su coronación? Yo pienso en el gusano. ¿Oís podrirse los duraznos en el granero, al atardecer, mientras las fechas del reino caen de los tronos y el viento las amontona, las dispersa y olvida? Yo pienso en el gusano. Si veis montar el agua de la noria, con un niño fijamente asomado al brocal frente a frente al abuelo, y se siente el bese de los amantes como una hoja seca que el pie del tiempo aplasta crepitando: ¿los amantes están muertos? No preguntéis con torpeza. Pensad en el gusano. Al borde del pozo, gusano y amante, los dos punteros del reloj. El agua está vacía y la amada es un torrente de mil rostros despeñados. Ambos sedientos, un sol varonil frente al otro sol, también varonil, pero llorando y sombrío: el de la aurora y el atardecer, íntimamente enemigos y cuán quebrantados. Llegan carretas rebosantes de frutas maduras, se despiden los ancianos, las raíces quedan en acecho al sol de la espera, se acumulan los hechos. Niño, niño mío, nómbrame sin pestañear, en un segundo, las dinastías reinantes -siglos, siglos-, los monarcas desgajados. Abuelo, abuelo, nómbrame siglos sin pestañear, en un instante, antes que el ruiseñor concluya la nota de su silbo. ¿Quién osa alzar el Tarot vertiginoso? Todas las fechas están prontas, o marchitas, como nunca nacidas. Niño y anciano, en este instante tenéis la misma edad: sólo un instante: ¿no habéis empezado?, ¿habéis terminado? ¡A qué pensar en el gusano! El rey que tomó la ciudad y con ella hizo una argamasa de sangre, dejó el horror, dejó el escarnio; las vírgenes violadas están vivas, las viudas maldicen. El rey murió. Un muerto es el culpable. El diabólico motorista que en carruaje veloz cruzó la calle sin razón aparente, a un chico dejó inválido, a una novia le quebró la columna. El motorista ha muerto. A él se debe este mundo. Maravillas y desdichas: cuanto nos es dado es obra de muertos; cómo pedirles cuenta, todo trayecto es corto. Muertos poderosos que nos legaron herencias imposibles de revivir, imposibles de evitar. ¡A muertos, a muertos se debe este mundo! Tiempo furioso, memoria feroz. Esa fuerza desprendida del látigo, que sigue ondulando cuando la mano que lo maneja ya está hecha polvo, el latigazo aún azota con destreza terrible y melancólica. ¿Podemos comprender que la amada, apenas pronunciadas las palabras del amor, cambie, desaparezca, se destituya? ¡Y todavía sientes el calor de su beso y su boca ha expirado? A un muerto, a un muerto se debe este mundo. (De modo semejante, el Rosal misterioso, centro ígneo de radio cero, palpita en reposo en el corazón del jardín, y de él fluyen los rayos, los pétalos, la extensión de los prados, salió al día, y extendiendo los brazos su amor emana en forma de apóstoles, de mártires, de amantes de todo orden, y hasta de esas señoras que reparten la piedad y son tanto más agrias para que la moneda se vea más dulce y no les pertenece. El amor, el aroma y los actos fortuitos, más existentes que sus autores, gemas en silencio, que no se quieren invisibles, y si se quieren así, al fin y al cabo, como sentirse llamados a vivir sólo un instante y servir para mucho, mucho tiempo). No lamentes la ausencia de la semilla, ama grandemente el fruto dado. La semilla debe morir.

Desilusión óptica [Mario Benedetti]


Desde lejos parece

metido en sus costumbres incendiarias

un simple monstruo por aclamación

sádico pero lleno de coraje

pundonoroso arcángel con linterna

y una presencia de ánimo irrompible

verdugo con chorretes de justicia

intransigente como un gigoló

semidiós inflexible poderoso

con puños puñetazos y puñales

honesto como el mar o el terremoto

equitativo como una epidemia

tan popular como la misma muerte

ah pero desde cerca es tan distinto

un débil un guiñapo un inseguro

imán de temblorosas pesadillas

un cornudo ideológico o social o somático

o sea un cornudo propiamente dicho

alguien que teme y teme en varios planos

verbigracias por la virginidad

de su cofre y también de sus hijitas

la propiedad privada de sus rezos

la empresa occidental de su prostíbulo

la antigüedad de su conciencia hectárea.

Socorro y Nadie [Mario Benedetti]


Sólo un pájaro negro

sobre el pretil cascado

una línea de sol

en la reja de herrumbre

azoteas sin rostro

sin miradas

sin nadie

estúpido domingo

voraz

deshabitado

ahora se borra el sol

definitivamente

el pájaro se borra

y es un vuelo sin magia

como última señal

de vida

la camisa

oreándose en la cuerda

agita enloquecidas

blancas mangas

que reclaman socorro

pero abrazan el aire.

Sabe vengarse [Mario Benedetti]


Cierro los ojos

y no existe

el prójimo

se terminan

la lucha

el mar de agravios

los dueños del dinero

la nube que amenaza

se terminan las trampas

los zánganos que dictan

la ley

los eruditos

en odio

y aquel látigo

que corta el aire

cierro los ojos

y no existe el prójimo

pero él sabe vengarse

ahora

o cuando quiera

puede cerrar los ojos

sólo cerrar los ojos

y entonces

yo

no existo.


Podría imaginarse una poesía muy poética, que sugiera pensamientos serios, aunque, quizás, fuera poco definible, suponiendo que los virtuosos vivirán después de la muerte y que los perversos serán aniquilados. La falta de sueños mientras se duerme, marcaría el grado de destrucción a que el alma estaría sometida. Igualmente, dormirse y despertarse sin conciencia del lapso de tiempo transcurrido, indicaría que el alma está condenada a morir en el cuerpo. Por el contrario, cuando al recobrar de una sincope se encontraran recuerdos de los sueños (y eso sucede algunas veces), el alma tendría la seguridad de hallarse en consideraciones de salvarse del aniquilamiento y la felicidad o la desgracia de nuestra existencia futura sería así predicha por la frecuencia de nuestras visiones.

Edgar Allan Poe [VI, Marginalia]

Canto XXXII – El Vampiro (Charles Baudelaire)


Tú que, como una cuchillada

en mi corazón lastimero has entrado:

tú que, fuerte como un rebaño

de demonios, viniste, loca y dispuesta,

de mi espíritu humillado

hacer tu lecho y tu dominio:

infame a la que estoy ligado

como el condenado a su cadena,

como al juego el jugador terco,

como a la botella el borracho,

como los piojos a la carroña,

¡maldita, maldita seas!

He suplicado la puñalada rápida

para conquistar mi libertad,

y he suplicado al veneno pérfido

para socorrer mi cobardía.

¡Ay!, el veneno y el puñal

me han desdeñado y me han dicho:

- Tú no eres digno de que se te libre

de tu esclavitud maldita.

¡Imbécil!, si de su imperio

nuestros esfuerzos te librasen,

¡tus besos resucitarían

el cadáver de tu Vampiro!